De Cuévano
Esta semana se cumplieron 40 años del fallecimiento del escritor y periodista guanajuatense Jorge Ibargüengoitia. Él se decía oriundo de una entelequia que llamaba Cuévano, pero su descripción encajaba absolutamente con Guanajuato capital.
Se murió en un avionazo de la aerolínea colombiana Avianca, que cubría la ruta entre Frankfurt-Bogotá vía París, Madrid y Caracas. Justo cuando estaba por hacer la escala en la capital española, Madrid, producto de mandarriazo, Ibargüengoitia Antillón pasó al otro barrio a los 55 años de edad.
Y claro está, el arriba firmante tiene que decir que en ese preciso momento, el de tragedia quiero decir, dejó un hueco enorme en las letras y el periodismo nacional.
Pero nos legó sus letras. Sus artículos periodísticos, que han sido coleccionados en volúmenes imperdibles como “Viajes a la América Ignota”, “Instrucciones para Vivir en México” —que debería ser declarado libro de texto básico para cualquier extranjero que viste y decida residir en la república mexicana—, “La Casa de Usted y otros viajes”, y ¿Olvida usted su equipaje?”, solamente por mencionar algunos.
Además, están obras de teatro y novelas inconmensurables. Entre ellas, “Las Muertas”, en la que cuenta la historia de las tristemente célebres Poquianchis —paisanas suyas, por cierto—; “Los relámpagos de agosto” —de la que hay una pobre versión cinematográfica—; “Maten al león”, donde recrea a conspiración para atentar contra un dictador latinoamericano —todo apunta al dominicano Rafael Leónidas Trujillo—. Y “Los Pasos de López”, novela en la que hace una memoria fabulada de la lucha por la Independencia de México.
Jorge Ibargüengoitia merece ser releído por sus antiguos lectores. Y leído por quienes no se han acercado a sus letras, porque retrata de manera desenfadada las costumbres y costumbrismos mexicanos. Además de que es capaz de repasar con humor negro nuestras tragedias cotidianas, esas que se repiten desde hace décadas en la vida diaria y en la acción gubernamental, además de los acontecimientos que marcaron la historia mexicana y latinoamericana con una visión satírica que se burla de nuestra desgracia y fatalidad constante.
Creo que nadie recordó el cuadragésimo aniversario luctuoso de Ibargüengoitia. Nadie al menos en el espectro cultural del país. Tal vez porque su pérdida fue de la una voz disonante, cruda y hasta cruel, que no dudó en hacer escarnio de nuestras flaquezas. Esas que si nos restriegan de manera socarrona nos duelen más.